miércoles, 12 de abril de 2017

LA CASA DE BERNARDA ALBA


Si hay alguna obra que tiene trascendencia universal es sin duda La casa de Bernarda Alba. García Lorca consiguió elevar a tragedia un drama rural. La función coral de María Josefa o de la Poncia en ocasiones, es premonitoria del trágico final, y otras veces sitúa con sus comentarios al espectador en el porqué de esa realidad que se está representando.

Poco podemos aportar a los numerosos estudios de esta obra, conocemos la disposición fotográfica de unos personajes que, por mucho que lo intenten, no pueden salir de ese marco que las oprime, y que funciona como una cárcel que limita sus movimientos o como un convento que limita sus pensamientos.

Conocemos el realismo que impregna el argumento, lleno de recuerdos infantiles del autor. Conocemos el simbolismo que envuelve la obra, desde los nombres de las protagonistas hasta el color (blanco-negro-rojo-verde) pasando por metáforas simbólicas de la vida, la muerte o el sexo.

Conocemos los temas predominantes de la obra: la opresión, la dictadura, el sometimiento, las habladurías la hipocresía, el conflicto autoridad-libertad, la envidia...

Conocemos, en fin, la fuerza inequívoca de Federico García Lorca y su determinación tan valiente al denunciar una situación intolerable para el ser humano en general y para la mujer en particular.

Por ello, ahora, intentaremos la realización del comentario crítico de una escena:

Adela:      Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere. A mí, tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias. Pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú lo quieres también, ¡lo quieres!
Martirio:  (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!
Adela:      (En un arranque, y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa.
Martirio:  ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera verte como hermana no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.)
Adela:      Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla.
Martirio:  ¡No será!
Adela:      Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.
Martirio:  ¡Calla!
Adela:      Sí, sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias. Ya no me importa. Pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana.
Martirio:  Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo.
Adela:      No a ti, que eres débil: a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique.
Martirio:  No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.
Adela:      Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola, en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca.

(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.)

Martirio:  ¿Dónde vas?
Adela:      ¡Quítate de la puerta!
Martirio:  ¡Pasa si puedes!
Adela:      ¡Aparta! (Lucha.)
Martirio:  (A voces.) ¡Madre, madre!
Adela:      ¡Déjame!

Es una de las escenas finales de La casa de Bernarda Alba en la que Adela y Martirio se enfrentan, pues finalmente sale a la luz el conflicto surgido entre ambas. Las dos quieren a Pepe el Romano pero mientras Martirio lo ama de forma platónica, Adela es la que está con él, y él va todas las noches a verla a pesar de que se casará con Angustias sólo por su dinero. Angustias es la mayor, la que ha heredado más a la muerte de su padre primero y de su padrastro después.

El luto, que le viene durando toda la juventud, parece terminar con su boda inmediata, sin embargo esta escena es el preludio de la continuación del dolor que oprime a las cinco hijas de Bernarda.

Martirio sabe que Pepe el Romano se ve con Adela y está dispuesta a evitarlo por celos; no le importa que Angustias se case pues sabe que él no la ama, ni siente pasión por ella (las perlas que le regala como anillo de compromiso son evidentes), pero con Adela es diferente, Martirio siente celos de su hermana pequeña, no puede soportar saber que otra lo gozará y le advierte que no la dejará. Sin embargo Adela no está dispuesta a obedecer a Martirio, le dan igual las malas lenguas del pueblo y engañar a su hermana pues se ha enamorado. Adela ha determinado salir de su casa y vivir libre con Pepe el Romano. Martirio, desesperada, llama a su madre cuando comprende que Adela se irá tras su enamorado.

A las voces acuden todas, Bernarda dispara aunque Pepe logra huir, pero Martirio afirma que lo ha matado. Adela, rota de dolor, se suicida dejándolas sumidas a todas en el luto perenne. Bernarda avisa del silencio al que seguirán sometidas todas, después de amenazar con dar muerte a Pepe el Romano en cuanto lo vea.

Así pues, nos encontramos ante una escena decisiva para el desenlace de esta obra por lo que se convierte en una de las más trágicas. En ella salen a la luz el odio, el rencor, la rivalidad, los celos entre las hermanas y el ansia de libertad que tienen todas.

Asimismo aunque Bernarda no aparece, las connotaciones de la represión que ejerce hacia sus hijas, se explicita en la llamada de Martirio: necesita a su madre para que la ayude a controlar a su hermana y ponga fin a sus deseos.

A pesar de ser un diálogo realista, en el que podemos apreciar alguna expresión popular «mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo», la poesía lorquiana aparece en el texto, bien en forma de símbolo erótico, de libertad sexual «Él me lleva a los juncos de la orilla», bien como metáfora «no quieras ablandar mis ojos» o como imagen dramática metaliteraria «Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura» o bíblica «me pondré delante de todos la corona de espinas».

El tono que emplean las dos hermanas es desesperado, ambas quieren que sus deseos prevalezcan y ninguna está dispuesta a dar su brazo a torcer. A pesar del dramatismo la entonación se adivina contenida, pues en principio no quieren despertar a nadie, sobre todo para no ser descubiertas y por lo tanto, para dejar sus sentimientos encerrados como hasta ahora. Pero la decisión de Adela «yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera» y la llamada de Pepe «(Se oye un silbido...)» consiguen que Martirio se asuste de verdad y grite buscando ayuda «(A voces) ¡Madre, madre!».

Los gestos son fundamentales en toda la tragedia; en esta escena encontramos que los movimientos de Martirio son de acentuado dramatismo, por lo que al avisar a su hermana de que quiere a Pepe podría realizar un gesto ilustrador como abrirse el pecho, para dar credibilidad a los celos que siente.

Igualmente apartaría a Adela, en un gesto regulador para indicarle que no quiere su abrazo, no quiere seguir interactuando con ella. Al final de la escena compondría otro gesto regulador, al impedirle el paso por la puerta. Con los gestos, el carácter  rencoroso de Martirio y su odio hacia Adela quedan patentes. Sin embargo, la hermana pequeña, en medio de la discusión tiene un momento de ternura y mediante el gesto emotivo del abrazo pretende unirse a ella; tampoco quiere ser la causante del encontronazo familiar, por lo que ante la orden de Martirio «¡Calla!» podría encogerse de hombros, en un gesto adaptador con el que pueda manejar la tensión del momento «(En voz baja) Vamos a dormir». Sus gestos indican que Adela no ha acumulado aún desprecio por su familia, sólo lucha por su libertad.

La intención de Lorca al escribir la obra fue poner de relieve la condición inferior de la mujer en general y lo que se puede conseguir al privarla de libertad de acción, libertad de palabra, libertad sexual o incluso libertad de pensamiento, que no es otra cosa que obtener seres sumisos pero llenos de odio y de ansias de venganza, seres embrutecidos incapaces de razonar. En esta escena, Martirio es la que representa estas consecuencias. Asimismo la actitud de Adela tiene la función dramática de advertir que lo importante para el ser humano no está en la realidad, si ésta se presenta rodeada de cadenas.

El espacio de actuación es reducido. Ambas hermanas están juntas, no tanto por las leyes universales de la proxémica, que regulan la distancia denotativa de intimidad, sino por la situación: es de noche y no quieren despertar al resto de la casa. Así pues, la distancia entre ellas es mínima, excepto cuando se oye el silbido de Pepe el Romano; entonces Adela corre hacia la puerta con gesto abierto y liberador, siente que la opresión experimentada hasta ese momento desaparece y corre hacia la libertad pero Martirio se lo impide invadiendo ese espacio que ella busca y por el que incluso se decide a luchar, olvidando por momentos su naturaleza pacífica.

El peinado será también connotativo de la situación de cada una. Martirio llevará el pelo recogido, como todas en la casa, cubierto por un velo, según ordena Bernarda al principio de la obra, mientras que Adela lo lleva suelto (tal y como podemos leer en la acotación que abre la escena) y algo despeinado, índice evidente de haber estado en el establo con Pepe. El contraste entre las hermanas es notorio, Martirio es el símbolo de la represión sexual mientras que Adela representa el amor, el goce y la pasión erótica.

A pesar de ser durante la noche la diferencia en el vestuario refuerza lo anteriormente comentado. Ambas hermanas habían oído llegar a Pepe el Romano, ambas salen en camisa de dormir, pero mientras Adela va de blanco, color que llevará puesto hasta el final de la obra, Martirio se echa por encima de las enaguas un mantón negro. (En ese momento aparecerá María Josefa que entretendrá a Martirio dando lugar a que Adela pueda estar con Pepe y a la discusión que ocupa esta escena.) Así pues el contraste entre la pureza y sencillez de carácter de Adela y la oscuridad y complejidad del resto queda puesto de manifiesto en el escenario por los movimientos, por las palabras, el gesto, peinado o vestuario. Si tenemos en cuenta que el escenario, con las puertas cerradas, representa la opresión sufrida por la mujer en su propia casa, podemos concluir que ese espacio es símbolo de la sumisión y dominio a los que se ve sometida tanto física como psicológicamente.

Por todo lo analizado podemos evidenciar que la iluminación de la escena es escasa, no sólo por encontrarnos de noche sino también por las puertas cerradas y por el temor a ser descubiertas. En esta oscuridad se hará patente un juego de luz y sombra, ilusión y realidad, reforzado por el efecto de la luna, que será connotativo de la muerte según afirma Adela «Ya no aguanto el horror de estos techos», y denotativo del ahogo opresor que se deduce de las palabras de Martirio «Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos». Es la denuncia de Lorca a la soledad de la mujer, que ni siquiera encuentra consuelo en la religión «Dios me ha debido dejar sola en medio de la oscuridad».

De hecho, y como curiosidad, el estreno mundial de L C B A fue el día internacional de la mujer de 1945, en Buenos Aires, con Margarita Xirgu en el papel de Bernarda.

Aquí, en España, Ángel Facio dirigió con éxito en 1976 a Ismael Merlo representando a Bernarda.

Algo más tarde, en 1987, Mario Camus realizó una versión cinematográfica con Irene Gutiérrez Caba como protagonista.


Por último, en 2010, podemos destacar la representación que, en el Teatro Español de Madrid, llevaron a cabo las mujeres analfabetas, y de etnia gitana, del poblado chabolista de El Vacíe de Sevilla; dirigidas por Pepa Gamboa estas actrices no profesionales llevaron la obra a las tablas con gran autenticidad y energía.

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