jueves, 21 de septiembre de 2017

BERTA ISLA


Con esta novela me ha pasado algo curiosísimo, una vez empecé a leerla no podía parar. El estar estructurada en capítulos cortos, a pesar de su gran extensión, me ayudaba a, inconscientemente, atreverme con otro, aun a riesgo de no poder realizar otra tarea, o entrar tarde al trabajo. En realidad esto no es lo más extraño, lo extraordinario es que no sabía nada de ella, me la regalaron el mismo día que salió a la venta, sabe que no puedo resistirme al autor, y a pesar de tener una trama política, de espionaje, sobre lo que no estoy demasiado al tanto porque nunca me ha interesado, ha conseguido atraparme en sus páginas como pocas novelas lo han hecho. Berta Isla es un título peculiar pues la protagonista, que hace honor a su apellido, es totalmente paciente, apenas desempeña nada durante el argumento se “limita” a reflexionar sobre la situación a la que se ha visto sometida por las acciones de su marido; casada con Tomás Nevinson, con quien inició su vida siendo casi una niña: «habían cumplido los quince cuando acordaron salir»; y en cuanto ambos empiezan sus carreras en universidades distintas acepta una vida de espera, de incertidumbre y soledad. Sabe que su marido ha cambiado, ya lo notó antes de la boda; intuye al principio, advierte con el tiempo en qué anda metido pero no conoce nada con seguridad porque nadie le dice nada, o las confirmaciones son hechas a medias. Y sin embargo he sido capaz de ponerme en su piel y sentir su ira, su frustración, su humillación, su amor.

El protagonista es su marido, personaje complicado que, como alumno de la Universidad de Oxford se ve envuelto en un crimen que no ha cometido, pero aparece como principal sospechoso y del que lo redimen un profesor de la universidad y sus contactos con el MI5 a cambio de utilizar sus dotes imitativas y su don para las lenguas, en algunos casos en los que deba salvar la imagen de la Corona y su gobierno. Ahí empieza todo. Javier Marías consigue que empaticemos con Tom, que entendamos la desgracia a la que el ser humano puede estar sometido; debe elegir en situaciones extremas y, en esas circunstancias, demostrará que las convicciones no son tan firmes, que ante todo se intenta preservar la propia seguridad o la vida de que aquéllos a quienes queremos; que un ser bueno, inocente, puede convertirse en el más despiadado del universo; y, lo más triste, Marías nos recuerda que no somos indispensables, que en cualquier momento alguien mejor, más dispuesto, más joven, puede sustituirnos y dejarnos relegados en una niebla que terminará por hacernos desaparecer. Javier Marías diserta, con dureza y objetividad, sobre la inconsistencia del hombre, la levedad del ser.

El pensamiento de Berta es la clave pues desmonta con apabullante sencillez todo lo que el narrador omnisciente alega a favor de Tomás y del espionaje «A casi todos nos gusta creer que somos imprescindibles, que aportamos algo con nuestra existencia, que ésta no es inútil ni indiferente del todo. Yo misma, desde que he sido madre, me considero una especie de heroína […] A casi todos nos gusta creer eso, pero la mayoría sabemos que no es así. Todo eso […] funcionaría igual sin nosotros, porque somos intercambiables y sustituibles […] Si desaparecemos no se notará nuestra falta, el hueco será rellenado sin solución de continuidad.»

Sin embargo, y precisamente por ser omnisciente, el narrador es objetivo, o lo pretende al describir la lucha que Tom debe librar entre sus actos y sus sentimientos; en los diálogos que mantiene va dejando ver su crecimiento personal, desde la timidez más absoluta, incluso la alegría y despreocupación propias de la edad a la seguridad en sí mismo, en su valía, hasta llegar al punto de soberbia del que se sabe vencedor y en el que, irremediablemente algo o alguien, en algún momento, es capaz de destronarlo. Tomás llega a conocerse a la perfección aunque para conseguirlo haya debido darse cuenta de que en realidad sólo cree conocerse; porque todo, incluso el hombre, tiene un punto oculto que puede aparecer para ofrecernos otra visión de nosotros mismos: «uno se crece a medida que va cumpliendo misiones y encargos y no sale mal parado de ellos. Casi todo éxito trae soberbia, y uno desarrolla una sensación de invulnerabilidad, inconsciente […] Hasta que por fin algo falla y uno fracasa. O no fracasa, pero tiene que quitarse de en medio».

No sólo la introspección del ser humano, también la denuncia política puebla las páginas, no importa el país, como tampoco importa dar nombres y datos reales, para que no se olviden —esa memoria histórica tan necesaria y que nos quieren hacer desaparecer— «El 20 de enero (del 68) el alumno de derecho Enrique Ruano, al que tres días antes había detenido por arrojar octavillas la temida Brigada Político-Social, murió mientras estaba custodiado por ésta […] El Ministro Fraga y el periódico ABC se esforzaron por presentarlo como un suicidio». «El 19 de marzo de 1988 sucedió lo que se ha conocido como la matanza de los cabos o ‘the Corporals Killings’ […], durante el entierro en Belfast de tres miembros del IRA […] un paramilitar unionista, Michael Stone de nombre, había atacado el cortejo fúnebre […] por accidente, o porque desconocían las instrucciones últimas, dos cabos del ejército inglés […]irrumpieron en la zona […] La multitud creyó que se trataba de un nuevo ataque […] y los arrojó al suelo, donde fueron golpeados y pisoteados […] Un fotógrafo captó ese momento, y la foto se hizo tan famosa que la revista Life la escogió entre las mejores imágenes de los últimos cuarenta años…»

Todos somos capaces de convertirnos en lo que más detestamos si en un momento dado nos dejamos llevar por la ira, por el desconocimiento y la falta de libertad para actuar como individuos y no como masa, siempre peligrosa, siempre dominada por alguien capaz de confundir.

Y, como no podía ser de otra manera, no sólo encontramos denuncias políticas o pretéritas; el autor no pierde la oportunidad de razonar sobre la sociedad actual, egoísta «una humanidad sobreprotegida y haragana, surgida en un plazo brevísimo después de siglos de lo contrario: actividad, inquietud, intrepidez e impaciencia». El autor no pierde la oportunidad de quejarse con amargura de este país «que siempre desaprovecha lo útil que tiene, cuando no lo expulsa o lo persigue».

El estilo es inconfundible, precisas descripciones psicológicas cargadas de sinónimos que amplían el significado conceptual y puntuales adjetivos que, bien como epítetos o como especificativos consiguen formar en la mente del lector una imagen esencial que da vida a lo narrado «Estos eran los mejores periodos, los más tranquilos y satisfactorios y mansos […] Lograba dejarla en la impremeditada cotidianeidad […] como si fuéramos centinelas bisoños en esos turnos nocturnos de guardia que se llaman imaginarias, quién sabe por qué, quizá porque luego le parece que no hayan tenido lugar».

La descripción es útil a Marías pues no sólo describe acciones o pensamientos del protagonista sino que a veces aprovecha para divagar sobre otro asunto en el que, por supuesto, nos introducimos, y lo pensamos y meditamos al darnos cuenta de que hasta ese momento nos había pasado inadvertido, o sí, éramos conscientes de un hecho concreto aunque nunca nos habíamos parado a pensar el por qué de determinadas reacciones «basta con dejar de ver para ya no ver claro, o no ver nada; y con oír pasa lo mismo, y no digamos con el tacto ¿Cómo puede uno, entonces, recordar con precisión y en orden lo ocurrido hace mucho tiempo?» Preguntas constantes que nos hacemos desde que empezamos a leer Berta Isla y de las que anhelamos una respuesta, por lo que ya al principio se instala en nuestra consciencia el ansia de saber, de que incluso algunas dudas que se nos presentan —bien de la novela bien de nosotros mismos— se resuelvan, o al menos se diluyan, como esas guardias imaginarias, en la no realidad, en el mundo de los sueños, en el paso del tiempo. El carácter reflexivo, grave del autor consigue eliminar cualquier rastro de frivolidad a la vida, las ideas filosóficas —un tanto demoledoras— son constantes en la novela «El estado natural del mundo es la guerra. A menudo abierta, y cuando no latente, o indirecta, o meramente aplazada».

Como también lo son dos pasiones conocidas de Javier Marías, el cine «Tomás Nevinson […] recordaba al actor secundario Dan Duryea y se acercaba al actor principal Gérard Philipe…», «que con sus propias voces y su pronunciación se hacían Laurel y Hardy, el Gordo y el flaco, para la exhibición en el ámbito hispánico de sus ya viejas películas (al fin y al cabo Stan Laurel era inglés, no americano…)». Normalmente Tomás va a estar asociado desde un principio al séptimo arte con todo lo que implica, cambios de vestuario, de apariencia, de voz, de lugares… alguien propicio para el camuflaje y la ocultación, para ser y no ser al mismo tiempo.

Asimismo la literatura, la poesía de T.S. Eliot va marcando su vida, y es a lo largo de ella cuando logra entenderla, como el poema que aparece en Litstle Gidding, y que en un principio ve un galimatías «Ceniza en la manga de un viejo […] El polvo suspendido en el aire señala el lugar en el que terminó una historia […] Porque las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado y las palabras del año que viene esperan una voz distinta».

Por otro lado Shakespeare es una guía constante en la novela, no podía ser de otro modo; Berta estará relacionada al genio universal desde el principio «entre sus conocidos […] lograba hacerlos creer que lo peor que podría pasarles sería perderla a ella […] No es que en eso fuera una artera, una especie de Yago que dirige y manipula y engaña con el persistente susurro al oído, en modo alguno». Y es que es a Shakespeare, y más concretamente a su obra Enrique V, la que utiliza para hacerle ver a Tom que está actuando sin personalidad, limitándose a realizar lo que le mandan sin pensar «Esos soldados saben que sirven al Rey […] y están bien dispuestos […] como tú desde hace años a servir a tu querida Inglaterra, tan inesperadamente querida […] Y uno de ellos anuncia: “Arduas cuentas habrá de rendir el Rey si no es buena causa la de su guerra”…».

No cabe duda de que Berta Isla lleva el sello de su autor; el espíritu crítico en la concepción intocable de la monarquía, así como el sentido de la justicia se trasluce de las palabras de Wheler, un espía que, al servicio de la Corona, actúa sin escrúpulos porque sabe qué hay detrás de todo «La verdad no cuenta, porque se trata de que decida sobre ella, de que la establezca alguien que nunca sabe cuál es: me refiero a un juez».

La aceptación del destino como algo irremediable, de lo que no podemos escapar es la carta de presentación de Tomás Nevinson, así lo siente Berta porque así se muestra él «mira sus días con indiferencia, sabedor de que sorpresas grandes o gratas no le van a traer».

Intuimos en Berta —y creo que en Marías— la comprensión hacia determinados actos que nos vemos obligados a hacer aunque sea en nuestro detrimento «La alternativa es renunciar a él […] Desentenderme de sus andanzas […] de cómo le vaya en su porción de mundo elegido y secreto, que no es el mío ni lo puede ser; […] lo que será siempre arrugado y brumoso o ni siquiera: será pura oscuridad». Berta decide, ante la pervivencia o no de su marido, seguir viviendo en el recuerdo, en un presente que es pasado. Nada la ha hecho volver a la realidad de los demás. Su vida es una letanía de recuerdos tristes que el autor acrecienta con la anáfora «Cuántas penalidades habrás pasado […] Cuántas infamias [...] Cuántas noches en vela […] cuántas pesadillas […] Cuántas mujeres […] Cuántos secretos […] cuántas muertes habrás causado…».

La confusión entre lo real e irreal no pertenece a Tomás, ni es exclusivo de Berta, todos, en determinados momentos no sabemos a qué atenernos, qué es lo que nos rodea y si pertenece a lo material o al producto de nuestra imaginación; de nuevo los clásicos, de nuevo Shakespeare, de nuevo Marías: «Podemos vivir en un continuado error, creer que tenemos una vida comprensible y estable y asible y encontrarnos con que todo es inseguro, pantanoso, inmanejable, sin asentamiento en tierra firme; o todo una representación…».


Pocos autores consiguen lo que él, con un estilo impecable es capaz de unir la vida privada con la laboral como si de una sola se tratara. Que lo es. Es capaz de encajar los temas más sórdidos, la política, el espionaje, las acciones criminales ocultas según intereses, en una historia de amor. Es capaz de unir a Tomás y Berta en la voz narrativa de la mujer, cómo no sabe nada y lo sospecha todo, cómo se siente maltratada, humillada y perdona u olvida porque sabe que él también ha sido maltratado y humillado y ha podido perdonar u olvidar, que no es lo mismo, aunque tenga la misma consecuencia: el miedo.

2 comentarios:

  1. Fantástica reseña. Ahora que he leído el libro, sólo puedo decir que tu comentario es sensacional y la novela propia del genio sin par que es Javier Marías. Qué perfección en la escritura, cómo utiliza siempre la palabra idónea, pero ¡buf! vaya historia, es tremenda, qué forma de destrozar la vida de un par de prometedores e ilusionados jóvenes. En fin, discrepo totalmente del académico de Tegucigalpa que le dijo a Marías que su mejor novela era la primera y que “Todo lo que ha escrito luego, sí, muchas idas y venidas, un habilidoso artesano, pero sin la frescura de aquella” y una vez más me sumo al grito cada vez más extendido de EL PRÓXIMO NOBEL DE LITERATURA PARA JAVIER MARÍAS.
    Gracias una vez más por compartir tus comentarios, son mi mejor guía de lectura.
    Hasta pronto.

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    1. Estoy de acuerdo en que a Marías hay que concederle el Nobel, y también con tu conclusión de que a veces la vida es injusta con alguien prometedor. Lo horrible es pensar en que algo, alguien la mayoría de los casos, puede destrozar no sólo ilusiones sino conseguir que seas la persona más despreciable del mundo sin quererlo.
      Gracias siempre a ti. ¡Seguimos leyendo!

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