domingo, 3 de julio de 2016

LA VÍSPERA DE CASI TODO

La víspera de casi todo es una novela disociativa; desde el principio nada es lo que parece. Podríamos clasificarla sin problemas en el subgénero negro y sin embargo es, bajo mi punto de vista, una novela psicológica. Bien es verdad que todo parte de un asesinato, pero es un crimen cometido años atrás; podríamos decir doble crimen (todo es dual en ella). La vida se para ahí para los afectados, para las víctimas, hasta que un suceso que en principio no tiene nada que ver, vuelve a unir a esas víctimas con otras para que presencien otros crímenes y revivan todos los horrores por los que han pasado.

En realidad, casi todos los homicidios forman parte del ayer, por lo que Víctor del Árbol utiliza el diálogo, el monólogo interior, las analepsis, los flashbak, las cartas, los diarios, para que el lector se vaya enterando de lo ocurrido, vaya uniendo a estas personas y encuentre un sentido razonable a los hechos.

Aquella primera vez estaban los dos solos, sentados en el acantilado. Ella con diez años, él con siete, en la equívoca luz del cuarto del abuelo, Martina empezó a desnudarse

Casi todo acontecimiento es pasado o está por llegar en la mente de los protagonistas. Y ahí está la característica principal, nada es explicable mediante la razón sino por la falta de ella. «Paola se acarició la mano y pensó en la extraña corriente que le había atravesado la piel al rozarse con la punta de los dedos de Daniel».

Sabemos cómo son físicamente los personajes a través de unas breves pinceladas, más bien mediante un signo distintivo que incluso alude a los sueños que dejaron atrás: el cuaderno de Germinal, el sombrero de Mauricio, el tatuaje de Eva... Señales que a lo largo de la novela permiten ahondar en el interior hasta, en homenaje a James Joyce, enterarnos de sus vidas en las escasas siete horas que transcurre la novela.

Ibarra llevaba en el bolsillo el Ulises de Joyce. Lo había comprado en una librería de lance cerca del Odeón hacía tres semanas y vivía traumatizado porque era incapaz de pasar de las treinta primeras páginas. Se sentía un absoluto fracasado...

En medio del horror, sin embargo, también hay lugar para honrar al querido Carvalho de Vázquez Montalbán, al tiempo que le hace un guiño a Thomas Mann

Entre las brasas se consumían media docena de colillas y un paquete de cigarrillos arrugados, así como algunas páginas que Dolores había arrancado de un volumen de La montaña mágica.
—Hoy no puedo con tanto enfermo y tanto sanatorio....

Y no sólo guiños; aun en un mundo cruel hay lugar para la poesía, por lo que el narrador nos trae a la memoria los bellos tangos de Gardel, y muestra su respeto y admiración por el poeta intimista argentino, Juan Gelman, lo que contribuye a crear una prosa poética, tranquila en medio del espanto

Memoria que amarísima de muerte amarillea al pie de tu otoñar
memoria que morís con cada viva recordación
dulce fruto que fue tu mano...
—Muy bonito, y triste

La calma que destila la narración de hechos violentos es fruto de la utilización de recursos literarios que favorecen la lírica y la inspiración, como las comparaciones poéticas mitológicas «Paola conducía con una ferocidad inconsciente y jovial, como si fuera el auriga de cualquier dios inmortal», o las metáforas casi infantiles, «Sintiendo el caracoleo potente del corazón y el estallido de frío y vida en el cerebro». Incluso nos introduce en la literatura por la metaliteratura para hacernos ver el sarcasmo de nuestros anhelos «El león, rey de la tierra. El águila, dueña del aire. El grifo, guardián de los dioses; el animal mitológico dueño de su destino. Extraño tatuaje para tenerlo en la parte más mundana del cuerpo».

Y si nuestros deseos se transforman en irónica realidad, nuestra existencia se funde con las metáforas animalizadoras en una naturaleza salvaje: «Forcejearon como perros rabiosos disputándose un despojo», «Su mirada de ave de rapiña», «...escuchar el mugido del viento rizando las olas».

Pero la naturaleza salvaje, inhóspita, no es la que convierte personas en animales, es la ausencia de sentimientos lo que transforma la fealdad en belleza, lo bueno en malo, lo real en sueño «La gente dejó de interesarme cuando me di cuenta de que sólo somos espejismos».

Del Árbol penetra con facilidad en las visiones de sus personajes para caracterizarlos según las circunstancias que han influido en sus diferentes realidades, los motivos que les han llevado a huir para formarse un mundo imaginario en el que pretenden sentirse a gusto, sin embargo, también los sueños están envueltos en un ambiente decadente que golpea sin piedad, pues es un puro reflejo de la realidad

«Se tumbó en la cama del abuelo boca arriba con las piernas rectas y los brazos pegados al cuerpo. Un cuerpo de niña.
—Ven
Daniel, al principio, se negó, apartando la mirada. Ella esperó con la mano en vilo hasta que él la cogió. Se tumbó a su lado, sin atreverse a mirarla. La cama olía al abuelo. Un olor de mortaja.»

No hay un protagonista principal, sino varios que a su vez se bifurcan a sí mismos en dos, como si cada uno de ellos formara parte al mismo tiempo, de la realidad, Ibarra, Eva, Luján, Daniel, y la ficción que quieren construir, Germinal, Paola, Mauricio, Martina. Todos ellos sin excepción exhalan de sus palabras, de sus movimientos, de sus pensamientos una sensación de derrota brutal al temer las reacciones de los otros personajes o de sí mismos, enfrentados a continuos dilemas que no son sino fruto de la angustia que aparece en quienes tienen la conciencia de, a pesar de todo, seguir pagando una culpa: «...podría haberse ahorrado las esposas y el calabozo [...] —Casi le parto la cabeza —dice señalando la brecha que han cerrado con grapas los enfermeros de urgencias—. Es lo menos que debía aceptar.»

No hay impresión de alegría ante el triunfo o de fracaso ante lo que nos agravia. La atonía recala constantemente en los personajes cubriéndolos de una membrana paralizadora que les impide saltar, correr, reír; son seres tristes vapuleados con dolor hasta la tristeza «No se siente juzgado por este anciano que acaba de ver morir a su nieto y por el que, a pesar de ello, no logra sentir piedad».

Esta es la trama de la novela, los dilemas a los que una serie de personajes plantan cara, o aquellos de los que huyen para, ineludiblemente, afrontarlos en un futuro.

En realidad se dan dos fatalidades que convergen en los protagonistas y, por lo tanto, en el argumento.

Por un lado el mundo depravado de los fascismos, de las doctrinas totalitarias, de las masas adoctrinadas por pervertidos, en su mayoría seres acomplejados que tienen que demostrarse a sí mismos y a los demás que valen más que nadie; mundo que no puede verter a su alrededor otra cosa que no sea horror gratuito y nauseabundo.

Por otro lado el mundo oscuro, cerrado e irreal de la locura capaz de conseguir en quienes la padecen una tortura constante de la que sólo se puede salir mediante el deseo porque, en realidad, la locura afecta casi por igual al que la sufre y a los que lo rodean.

Cuando estos dos mundos confluyen lo de menos es la violencia, aunque sea lo que impera en todo momento; lo que verdaderamente marca es la tristeza, la angustia y la ansiedad porque esa tristeza y esa angustia no pueden salir de la mente aunque la realidad sea distinta; aunque la luz del día lo inunde todo, siempre volverá la oscuridad, el miedo, el sufrimiento «Pero yo sé que no puede volver lo que se ha ido para siempre».


Hasta la última línea de La víspera de casi todo es demoledora «La noche acaba y empieza el día, pero algunas personas quedan atrapadas en esa hora de la frontera que es el momento del reproche». La novela cuenta la vida de esas personas, seres silenciados en sí mismos sin capacidad para otra cosa que recriminarle a la vida la infancia que han vivido, las mezquindades que han sufrido, el dolor que los ha lacerado día a día, aunque quisieran ocultarlo en el sueño o sacarlo a la luz para vivir la vida como si fuera un sueño. Pero es imposible. Cuando la adversidad te atrapa lo hace con fuerza y no tienes otra solución que dejarte llevar como un pelele inerte, porque si intentas huir sus garras te despedazan hasta abrir de nuevo las heridas, y sólo puedes quedarte quieto otra vez y esperar que cicatricen.

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