viernes, 15 de abril de 2016

LA MITAD DE LA VERDAD

«Jueves, 23 de abril de 2009
En Turquía es el Día del Niño […] en todas partes, el Día Mundial del Libro…»

Así comienza el capítulo noveno de La mitad de la verdad, y a mí no se me ocurre nada mejor que recomendar esta novela para celebrar, este año con mayor motivo, dicho aniversario. He disfrutado con ella hasta el final, entre otros motivos porque la novela tiene 451 páginas y la resolución del caso no llega hasta que, prácticamente, no termina.

La estructura es muy original; está dividida en catorce capítulos; cada uno de ellos se abre con una fecha y los acontecimientos más importantes de ese día. Zygmunt Miłoszewski lanza, ya al comienzo del capítulo, un guiño de ironía a ciertos periodistas pues la relación de sucesos va expuesta siguiendo un orden de lo general a lo particular; empieza con noticias relevantes en el mundo y termina contando lo más importante que ocurre en Sandomierz, una pequeña ciudad de provincias en la que, durante 13 días, sus habitantes se ven sorprendidos y aterrorizados por unos crímenes que tienen mucho que ver con los ritos de sacrificio judíos. Sin embargo, esas noticias periodísticas locales contrastan humorísticamente con la realidad pues, por el diario, nos enteraremos de la temperatura en la ciudad, de los delitos menores cometidos o de sucesos de poca importancia como el traslado del mercado.

Tras la enumeración de incidentes periodísticos y efemérides en la fecha señalada aparecen varios subcapítulos que conforman los hechos ocurridos durante un día al protagonista, Teodor Szacki, en relación con el caso que lleva entre manos. Siguiendo esta gaceta periodística sabemos que le bastan trece jornadas para resolver el caso; algo que refleja a la perfección el carácter realista de la novela pues, normalmente, cuanto más tiempo pasa desde que ocurre un asesinato, más probabilidades hay de que el asesino pueda escapar.

Asimismo el ambiente real viene de la propia narración. El narrador es, de manera habitual, omnisciente; esto permite que nos enteremos con todo lujo de detalles de los pensamientos del protagonista. Los hechos quedan relatados de forma lineal, siguiendo el orden diario, pero los subcapítulos tienen la función de separar los acontecimientos ocurridos a diferentes personajes en el mismo día; esto aporta una visión total de lo sucedido. Otras veces, en la narración, a modo de recuerdo o durante una conversación, aparecen analepsis que, bien ayudan a que el lector poco familiarizado con hechos históricos del holocausto no pierda detalle del argumento, bien median a que nos enfrentemos con la suficiente autoridad a los sucesos novelados. Aparecen diversas curiosidades históricas que ayudan a entender a otras religiones, otras tradiciones y otras culturas hasta darnos cuenta de que en la vida no hay bandos de buenos o malos sino personas que, traumatizadas por algo, llevan su dolor y venganza como única forma de poder sobrevivir.

Podemos afirmar que esta credibilidad, derivada de la descripción detallada de todo lo ocurrido es un recurso tradicional de la novela policíaca, así como el mantener la intriga hasta el final.

Los investigadores de la literatura negra utilizan una seña de identidad para retardar la resolución del conflicto, de hecho son famosas las disquisiciones de Holmes mientras fuma su pipa, las detalladas noticias gastronómicas que pueblan los casos de Carvalho o las imágenes chocantes de la señorita Marple; todas ellas técnicas que ayudan a posponer el final. En este caso, Teodor Szacki disfruta o se atormenta con pensamientos que tienen que ver con su vida privada anterior o actual, pero nada que pueda definirlo con una característica propia; de hecho algunas de esas percepciones le sirven para asociar algo nuevo al caso que lleva entre manos, otras, van dibujando ante el lector su manera de ser. Pero serán los diálogos mantenidos con el resto de personajes los que conformen su personalidad ante el lector, porque lo definitorio en Szacki no es individual sino en su relación con el resto y porque la intriga en La mitad de la verdad, no es un fin en sí mismo sino otra estrategia más del genial Miłoszewski que ayuda a configurar todo el armazón novelesco. Esta modificación no es la única que encontramos; el autor incluye una serie de aspectos novedosos en el género, y el más llamativo, quizás, es precisamente la unión de la realidad con el argumento pues el lector cree en todo momento que sabe cómo se desenvuelven los hechos, incluso a veces puede atisbar al asesino, sin embargo esto no es más que otra técnica para llevarnos por donde le interesa; así nos confunde, nos guía, nos sorprende al tiempo que lo hace el detective Szacki. Creemos saber y no son más que pistas falsas; no nos enteraremos de la resolución hasta que nos la cuente el protagonista y con él unamos los hechos y encontremos el sentido —o la falta de él— a todo lo ocurrido.

Asimismo, al mezclar el día real con los capítulos de la novela, se produce un choque antitético que unas veces nos despierta la sonrisa y otras hace aparecer la risa franca.

En la subdivisión de capítulos, no de forma periódica pero sí regular, el narrador cambia su mirada para fijarse directamente en el asesino; no sabemos quién es pero sí sus pensamientos, los movimientos que realiza… esto, aunque causa intranquilidad y supone un suspense añadido en nuestro ánimo, permite que compartamos sus reflexiones mientras nos sumimos en la más absoluta confusión porque no adivinaremos nada hasta el final.

«Sabe que se puede quedar allí […] su cuerpo entero está loco por salir huyendo. Pero debe aguantar hasta el sábado»

«Dentro se está caliente y no hay humedad, si no fuera por los ojos llameantes del hombre que está sentado en el rincón hasta resultaría confortable. De baja estatura […] atado de pies y manos […] Solo un día más […] Suerte que el segundo acto ya está llegando a su fin.»

«Para tener la mente ocupada, repite en su cabeza una y otra vez hasta la saciedad los elementos del plan […] Resulta muy, muy difícil aguantar.»

«Se pregunta si ya habrán encontrado el cadáver.»

«Por eso, mientras espera a su siguiente víctima siente tranquilidad […] en la vida sólo se pueden tener cosas nuevas.»

«El aullido y los ladridos son de veras insoportables. A pesar de los tapones para los oídos, el aire vibra a causas de esos desagradables sonidos.»

«Ahora hay que pensar con frialdad si ese hecho cambia algo.»

«…ya no queda nada más por hacer, aparte de empezar una nueva vida […] Se estremece al escuchar que alguien llama a la puerta.»

«Además…, además quizá el riesgo no sea tan grande.»

Otra característica original es la que define al protagonista; el investigador del caso no es un policía ni un detective al uso sino un fiscal que, con inteligencia despierta y grandes dosis de intuición, se ha convertido, sin lugar a dudas, en uno de los grandes referentes de la novela negra; el mérito se amplía si tenemos en cuenta que Teodor no es el típico sabueso incansable, intachable, dotado para las relaciones sociales y con una moral ejemplar. Nuestro protagonista es humano, su vida no funciona como le gustaría, comete errores al juzgar a las personas, le cuesta empatizar y, sin embargo, o precisamente por ello, nos identificamos con él o, al menos, cuenta con nuestra simpatía. «Ir a las tiendas le suponía un suplicio […] El cajero bromeó diciendo que no andaba sobrado de apetito. Salió sin decir una palabra […] lloró mientras se preparaba el desayuno […] no podía parar, las lágrimas y los mocos le embadurnaban la cara. Y se puso a aullar […] Porque comprendió que había perdido todo lo que amaba y que jamás lo recuperaría.»

El tema principal de La mitad de la verdad es el usual del género negro, la resolución de los asesinatos cometidos en una pequeña ciudad de Polonia; pero otra característica inusitada de esta novela negra es que el proceso de investigación no cumple sólo con la función habitual de despertar en el lector la incógnita y mantener el suspense hasta el final, sino que además lo obliga a replantearse conceptos como el de intolerancia o el de fanatismo; el lector piensa, relaciona los hechos del discurso con sus referentes reales, y toma partido por alguno. En este caso no somos meros espectadores dirigidos por el narrador —que también— sino piezas integrantes del todo argumentativo, debido en parte a la crítica evidente que surge hacia la xenofobia latente en las sociedades, a la intolerancia de las masas y al embrutecimiento fanático que conlleva. «—Se dice que en cada leyenda hay una mitad de verdad
—Así es
—Pero hay algunas, como esa maldita leyenda antisemita de la sangre, en las que no hay ni una gota de verdad, leyendas compuestas al cien por cien de mentiras y supersticiones.»

Y, si es cierto que me ha gustado la estructura, que he llegado a admirar a este investigador atípico, humano, casi antihéroe, que he podido reflexionar con las diferentes originalidades encontradas, también es verdad, aunque parezca un contrasentido si tenemos en cuenta el tema, que he disfrutado hasta la última página. El estilo ágil envuelve la narración con una destreza excepcional. El humor aparece en todas sus expresiones y matices; no faltan los términos duros, las imágenes terribles (por supuesto, estamos en el género negro), en las que por fortuna no se ensaña; a veces esperamos con miedo que la siguiente página sea escatológica, escabrosa, y quedamos sorprendidos ante un lirismo absoluto, no exento de humor, que contrasta con lo más feo de la realidad como lo demuestra la epífora que martillea su mente una y otra vez «En lugar de familia, soledad. En lugar de amor, soledad. En lugar de intimidad, soledad.» O las enumeraciones paralelísticas mediante las que describe, con absoluta inclinación, lugares de Sandomierz «… se convertía en un lugar ideal para sumergirse en la observación de los turistas que se movían alrededor del ayuntamiento, de los recién casados que se hacían fotos, de los adolescentes pegados a sus teléfonos móviles, de los niños pegados al algodón de azúcar y de los enamorados pegados unos a otros». Siempre hay un momento para distinguir la belleza entre la mezquindad. Siempre una sonrisa con la que aplacar el espanto. El humor relaja la tensión «…en aquella ciudad de provincias que, a decir verdad, a partir de las seis de la tarde estaba muerta, aunque desgraciadamente no porque sus habitantes se asesinaran entre sí.». La ironía puebla los diálogos, los pensamientos, las descripciones; se convierte, ella sí, en una seña de identidad.

Buena cuenta de ello es el comienzo de la novela. El subcapítulo 1 del capítulo primero comienza «Está claro que los espíritus no salen a medianoche […] Hay demasiada vida a medianoche como para que los espíritus de los muertos puedan asustar como es debido […] De madrugada la cosa es distinta; a esas horas los empleados de las gasolineras echan una cabezada y la luz grisácea empieza a sacar de la penumbras a seres y objetos cuya existencia ni siquiera sospechábamos […]» Y de madrugada es cuando avisan a Teodor Szacki porque han encontrado un cadáver. Empieza el caso. Trece días más tarde, en el capítulo decimotercero, cuando han resuelto los asesinatos y él está dispuesto a continuar una noche apasionada con una chica estupenda, el narrador mira atrás con una ironía no exenta de socarronería «El reloj de la torre del ayuntamiento dio las doce.
—La hora de los espíritus— dijo Basia Sobieraj, y se metió en la cama.
El fiscal Teodor Szacki pensó que, sin duda alguna, los espíritus no aparecían a medianoche».


¡Impresionante! Impresionante la historia, el protagonista, los personajes y el estilo.

4 comentarios:

  1. Nada mejor que una buena novela negra para celebrar el día del libro. Otro título de la biblioteca Aurisecular que queda apuntado para la larga lista de geniales recomendaciones que nos ofrecéis regularmente. Estupenda entrada, como de costumbre. ¡Muchas gracias!

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  2. ¡Gracias! Me he tenido que contener para no desvelar demasiado. Éste es uno de esos casos en los que me gustaría que todo el mundo se enterase y leyera la novela. Voy a buscar el primer título de la trilogía del fiscal Szacki y estaré pendiente de la siguiente.
    ¡Seguimos leyendo!

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  3. ¡Menudo descubrimiento!
    Es de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo. El argumento es completamente redondo, los personajes están magistralmente perfilados, la ambientación nos traslada, aunque no queramos, a los más oscuros rincones de Sandomierz, efectivamente hasta las últimas páginas, no he sido capaz de descubrir el desenlace y, al cerrar por última vez el libro he sentido ese vacío que acompaña siempre al fiscal Szacki cuando cierra un caso y atrapa al criminal.
    Menos mal que, en cuestiones literarias, ese vacío siempre se puede llenar volviendo a esos clásicos que son un acierto seguro, buscando nuevas obras de viejos conocidos o recurriendo a AURISECULAR en donde encontramos siempre una buena recomendación, impagable en este caso.
    Dziękuję bardzo!

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    1. Bueno! Ese saludo final, que imagino en polaco, es todo un detalle. Cuando leí la novela quería (sentí la necesidad) de ir a Sandomierz y sentarme en la plaza del Ayuntamiento, y recorrer sus calles y ver la naturaleza que rodea a la pequeña ciudad. La manera en que Miloszwski la describe despertó en mí un cariño inmediato hacia el lugar y sus habitantes. Puede que vaya.
      ¡Gracias por leer!

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