lunes, 23 de febrero de 2015

NO LLAMES A CASA

Nada puede salir bien en la miseria. Nada bueno de ella.

No llames a casa se desarrolla durante cuatro días, pero mediante flashback, recuerdos, analepsis y prolepsis penetramos en la vida de tres protagonistas.

CarlosZanón despliega todo un arsenal de recursos, a veces rozan en lo poético, para introducirnos en la destrucción del ser humano. Encontramos anáforas paralelísticas que ponen de manifiesto la paradoja de los protagonistas, “Recordará cuando la droga fluía…Recordará cuando la luna se quedaba…”. Las frases nominales quitan importancia a las acciones. Los epítetos épicos, “La de las calles mojadas… La eterna derrotada…” se muestran despiadados con los espacios en los que transcurre la historia.

Encontramos guiños a canciones y grupos de la movida barcelonesa de finales del xx, “Hola mi amor, yo soy tu lobo… Le hemos reventado la vida a ese tío… Pero si necesitas que lo rematemos, sigo siendo tu hombre”.

En los personajes destaca la ausencia de valores, la caída absoluta, la condición determinista del ser humano, por eso las descripciones son feas, ya sea en prosopografías, “es una desgarbada y delgada mujer de metro setenta que nunca lleva sujetador y, a juicio de Bruno, necesitaría usarlo, porque sus pechos caen como odres, y se estiran y siguen cayendo como suicidas contra el elástico de camisetas…”; en etopeyas “…tiene muchos defectos y algunas virtudes. Entre estas últimas está la deportividad con la que afronta las mil desgracias que siempre padece, derivadas de su buen tino para elegir a los hombres…”; o en retratos “«Las hembras se tranquilizan si te las follas bien» le decía Llort una noche dentro del auto, en penumbra, con aquellos ojos cirróticos de hombre vencido por la nostalgia de demasiadas mujeres perdidas”.

Todo es feo y sórdido en la novela, el amor no es amor sino posesión, las palabras son insultos, los gestos intentan demostrar quién controla la relación, degradan. La amistad no existe, sólo desconfianza. Entre los tres protagonistas, Cristian, Bruno y Raquel no hay nada de valor que merezca ser atesorado. El futuro es algo lejano que los empequeñece, el pasado queda difuminado entre drogas y alcohol y el presente se convierte en pasado antes de vivirlo. No es extraño que abunden comparaciones animalizadoras “y en la barbilla, una empalizada de pelos irritados, como púas de jabalí”; metáforas empequeñecedoras “con la cabellera bamboleándose como un elefante borracho” o expresiones que consiguen hacer más miserable a la gente “A esas horas, palomas y borrachos están ajenos a todo”. De la misma manera, las descripciones, en ese presente mordaz, de frases breves, se van acortando hasta quedar en palabras sueltas que conectan con pensamientos divididos, escuetos, inconexos.

Gracias al estilo indirecto libre llegamos a conocer a la perfección a todos los protagonistas; ellos también se conocen y, a pesar de eso no se separan pues han entrado en un laberinto del que no pueden escapar. Aunque las acciones pretenden una dirección lineal hacia el futuro, sus pensamientos van retrasando ese momento con paradas, vueltas, o frases inacabadas, al tiempo que los diálogos, con expresiones del lenguaje oral, realizan el presente… Todo queda embrollado, confundido; las metáforas igualan tiempo y espacio, las personas narrativas mezclan, hasta equiparar, al narrador omnisciente con el monólogo interior, técnica que el autor utiliza para que afloren los pensamientos más ocultos, aquéllos que formaban parte del subconsciente y que, ahora, a modo de burla, acuden para recordarles que son marionetas, que no pueden elegir el papel representado. Por eso Max es, desde el principio, la imagen de la soledad y el rencor, esto lo lleva a tomar decisiones penosas y abominables. Ya en el capítulo 3 aparece como una patética condición de ser humano, constantemente se lamenta al tiempo que pretende justificar sus errores. Regatea situaciones como si fuera un adolescente egoísta. Max es inmaduro, busca una relación estable, adulta, pero sus actos insensatos impedirán todo lo que implique un sacrificio por la otra persona, por eso mismo no acepta que el amor de Merche haya desaparecido. Max es la decadencia, cada paso que da es más cruel que el anterior pues lo va haciendo desaparecer. A fuerza de fingir va desvaneciéndose el ser humano.

Merche, la amante de Max, tampoco ha madurado, es insegura, lo que tiene claro es que no quiere abandonar las comodidades ganadas por derecho propio. No actúa limpiamente. No quiere a su marido, tampoco a Max, quiere mantener intactos sus intereses. Es indecisa, le teme al cambio y, por eso, cambia constantemente de opinión y sentimientos.

La pareja se ve envuelta, desde el principio, en una sucia situación que funciona como aviso aunque no se percaten de ello ninguno de los dos. Más tarde, las frases nominales acentuarán el ritmo rápido y poco elaborado de sus encuentros, ofreciendo una relación antitética de la belleza.

El autor no desaprovecha ni una ocasión para sacar lo feo del ser humano, con expresiones duras que, a veces, se convierten en vulgares. Las frases cortas sin grandes descripciones se ajustan al recuerdo doloroso que se trunca de repente y renace para terminar de nuevo, sin dar tiempo a saborear lo bueno.

Los personajes son animales enjaulados en su propia vida; no pueden huir de lo que los acorrala para destrozarlos poco a poco, por eso caen, a veces tan bajo que utilizan incluso los malos tratos para sacar provecho de las situaciones. Max, Bruno y Cristian se van introduciendo de forma rápida en una espiral de chantajes que los oprime y asfixia. Son perdedores, amenazados incluso por quienes amenazan. Todo se mezcla en No llames a casa, hasta la estructura es confusa. Normalmente en la novela negra hay un asesinato y el argumento es la resolución por parte de detectives o de policías o de jueces o de todos, pero aquí el asesinato ocurre al finalizar la narración; nadie investiga nada porque el inframundo no existe. El lector conoce las causas de ese asesinato porque ha ido leyendo un argumento que pretendía ser lineal y resulta anafórico.

Las secuencias narradas oscilan; la vida de estos antihéroes del inframundo queda expuesta sin pudor hasta que parece que ya no importa la caída en picado, entonces cobra fuerza el desheredado social, aquél a quien nada le importa porque nada le han dejado, éste destruirá por rencor y justificará sus actos con el estilo indirecto libre o con la segunda persona. De nuevo la forma del texto en perfecta armonía con el contenido, de hecho es lo único armónico de la novela.

Y cuando estamos preparados para asistir a la caída de este desheredado retomamos la de aquél que nunca tuvo nada. Así pues las acciones cambian, los personajes también, el espacio y el tiempo se muestran de manera caprichosa, pero en la mente del lector aparece una tensión al comienzo de la novela que permanece, implacable, con el transcurso de la trama. A veces hay que dejar de leer para tomar aire porque mientras lees no quieres si quiera respirar, todo rezuma olor a podrido.


Novela de difícil definición. Una vez leída todo cobra sentido; el final conecta a la perfección con el principio, es un relato redondo y, sin embargo, es de final abierto. La mente del lector se ha estado asomando a ese abismo por el que circulan los personajes, a ese pozo sin fondo, hediondo, por el que los ha visto caer sin posibilidad de salvación. El final abierto queda pues, totalmente cerrado.